jueves, 26 de noviembre de 2015

Cuatro



         Mi nombre es irrelevante en esta historia, solo me importa que sepan tres cosas: cómo y por qué me sentía así aquel día y que paso ese día que lo cambio todo.
         Desde muy pequeña mi abuela y mis padres me enseñaron que si estaba a mi alcance ayudar a alguien debía hacerlo. Comencé con el voluntariado en casa, ayudar a limpiar, a lavar los platos, todo en lo que mi abuela me necesitara. Fue ella misma quien poco a poco me enseño que habían mas personas en el mundo que me necesitaban, me enseño a medida que iba creciendo a desempeñarme en diferentes labores, la costura  y la cocina son solo un ejemplo, y me recalcaba cuando fallaba en algo que nadie sirve para todo pero si todos servimos para algo.
         Por su formación cristiana me enseño que meditar y ver las cosas desde otro punto de vista es sabiduría, que diferenciar entre lo bueno y lo malo me ayuda a dar buenos consejos, que había verdadera fortaleza en superar los obstáculos de la vida, que ver a las personas con ternura no era lástima, sino piedad, que debía entender la grandeza de la creación a través de la ciencia, respetar a Dios por temor de él y ser entendedora de su voluntad.
         Mi vida era de servicio, ayudaba a quien me necesitase, sin que siquiera me lo pidieran, incluso a los desconocidos en la calle, pero principalmente en la parroquia, fue allí donde descubrí que podía cantar, me uní al misterio de música, además de ayudar con la limpieza y en el ropero que funcionaba en la casa parroquial. Y fue en la pastoral juvenil a mis 23 años que conocí al que hoy es mi esposo.
         Después de varios años de noviazgo y otros más de matrimonio, justo después de habernos mudado de ciudad por cuestiones de trabajo, finalmente quedamos embarazados, seguíamos ayudando a los demás hasta donde el embarazo nos lo permitía, y así pasaron los meses, meses en los que comencé a sentir a nuestro hijo, sus movimientos, su simple presencia. Pero no todo es bonito en mi historia.
                   Desperté.
2:00 a.m.
Contracciones.
Mas fuertes y constantes que las anteriores falsas alarmas.
Lo desperté.
Tomó el bolso que teníamos preparado con anticipación.
Bajamos las escaleras.
Subimos al carro.
El trataba de respirar y calmarse mientras manejaba.
Yo trataba de recordar todo lo que había leído que se suponía me prepararía para este momento.
Nada de eso podría haber sido útil.
No tráfico ni personas en la calle.
Avanzamos con prisa controlada pero sin pausa.
Y de la nada… somos embestidos.
Ninguno de los dos vio al otro auto acercarse.
El nuestro dio vueltas.
Yo no tenía el cinturón.
De manera muy borrosa recuerdo ver a alguien bajar del otro carro, acercarse a nosotros, correr de vuelta y darse a la fuga.
Luego pasaron varios autos, ninguno se detuvo.
Ya no hay bebé, vivo no.

         La depresión que sobrevino era enorme, no podía resistirla, solo ver un bebé en la calle me hacía llorar, ver a mis sobrinos corriendo por allí aun mas, pero esa era la voluntad de Dios ¿no?, era mi deber aceptarla, si ese era mi deber, pero simplemente no quería hacerlo, qué clase de Dios le haría esto a alguien que le ha dedicado toda su vida. Aunque para mi familia me limitaba a mostrar una sonrisa un poco floja, hacerles ver que todo estaba bien, de otro modo me creerían loca, como cuando fui al psicólogo para que me ayudase a sobrellevar la pérdida, solo conseguí discusiones con mamá, “eso fue lo que Dios quiso y debes entenderlo” fue lo que me dijo. Ni siquiera quería intentar tener otro, o era muy pronto o simplemente tenía miedo.

         Viajamos a casa de la abuela para acompañarla durante el séptimo aniversario luctuoso del abuelo, un día un poco extraño siendo que coincidió con el día del niño. La alegría, gritos y risas de todos los niños de la familia corriendo a mi alrededor simplemente me hacia sentir peor, era un sentimiento parecido a la culpa. Pero debía seguir sonriendo detrás de mis ojeras por el insomnio de los últimos meses.

         Llego la hora del almuerzo, adultos en una mesa, niños en la otra, por comenzar de últimos y comer lento quedamos en la mesa el esposo de mi tía y yo, quienes me conocen saben que me encanta hablar, pero durante ese periodo aprendí que mientras mas hablas menos te preguntan, así que si tienes una conversación trivial es menos probable que te pregunte por tu vida.

     ¿Has visto la película mi nombre es khan?
     No ¿Y tú?
     Tampoco, pero creo que es hermosa.
     ¿Cómo puedes tu saber eso?
     Pues he visto los cortes y me han hablado mucho de ella.
     ¿Y qué piensas de eso?
     Creo que ese hombre tiene una gran fortaleza — Envidiable, me permití pensar. El por su lado levanto una mano y señalo un cuadro que estaba cerca de nosotros.
     ¿Ves ese cuadro? ¿Qué ves en él?
     Una casa, unos árboles, un lago y la luna.
     ¿Notaste que las luces de la casa están encendidas?— ¡No! No lo había hecho, eso me sorprendió — No te concentres solo en lo obvio, ve mas allá.

La conversación estaba suficientemente extraña para mi gusto, me levante, lave mi plato y me senté en un sillón de la sala, pero no seria tan fácil escapar pues el se sentó de inmediato en el sillón continuo.

     Yo que quiero hablar y tú que me convidas.— Solo me dedique a mostrarle una de mis muy entrenadas sonrisas falsas
     Dios siempre lleva un paso adelante, y por eso estoy yo aquí.— Sonreí otra vez, después de todo eso no es algo raro que se pueda decir en una familia de católicos.
     Por favor, no reprimas los sentimientos. — Adiós al plan de la conversación trivial, logró sacarme unas lágrimas, pero ¿Cómo era posible si yo nunca había demostrado lo que sentía?
     ¿Sabes lo que hago cuando estoy feliz?— Yo negué.
     Llorar, eso no tiene nada de malo, si tienes que llorar hazlo, no tienes porque cohibirte. — Yo aun con lágrimas asentí.
     Yo quiero hablar contigo porque creo en ti, entiendo por lo que pasas y quiero ayudarte, es difícil sobrellevar una perdida, aun más por la forma en la que ocurrió.
     Es que seria mas fácil si tuviera alguien con quien hablarlo, pero todo el mundo simplemente me pide que lo supere, mi mamá solo me  y dice que deje de llorar y mi papa ni siquiera habla. Se que mi esposo me entiende, pero no hemos tenido el valor de hablarlo.
     Debes entenderlos, tu mamá no esta acostumbrada a ser empática, a tu papá se le hace fácil desapegarse de las personas pues le toco dejar a su familia a temprana edad, además la crianza de ambos fue totalmente distinta a la tuya, incluso mas rígida y fría.— Era cierto pero yo nunca lo había visto así
     También busque una solución fuera de la familia, pero mi madre tampoco estuvo de acuerdo con la psicóloga, solo se molesto por lo que me dijo, cometí un error al pedirle que me acompañara. Pensé que era una solución, pero solo conseguí más problemas.
     ¿Y era eso motivo suficiente para dejar de intentar? No sirve de nada buscar culpables, ese no es mi trabajo, y tal vez las soluciones que buscas no son las correctas, tú no tienes un problema, solo una situación de vida que Dios te puso porque sabe que aprenderás de ella. Y… ¿Con tus hermanos como estás?
     Pues… normal, a veces podemos discutir y el hecho de que ahora este en otra ciudad a disminuido nuestra relación, pero estamos bien.
     ¿Qué sientes por ellos?
     Los amo.
     No soy yo quien te habla, es Dios a través de mí, seria soberbio y prepotente quedarme con el crédito cuando son sus palabras las que salen de mi boca. Pero hay algo que no me estas diciendo.
     No te he ocultado nada.
     Acá en tu corazón— me dijo tocándome en el pecho— hay algo que sientes pero que no me dices.
     ¡Mis hermanos tienen la dicha de tener a sus hijos y yo no!—la frase salió de mi boca con tan solo abrirla, se sintió como si pudiera palpar la libertad, la sensación de dejar salir algo que ni siquiera sabía que tenía guardado.
     Tal vez lo tuyo sea dar vida de otra forma, la cuestión esta, aunque parezca trillado, en aceptar las cosas y aprender de ellas, tus experiencias ahora te hacen comprender y ver cosas que personas incluso mayores que tu no pueden, y es algo que debes usar en tu beneficio.

Ese día por fin me sentía completa, llegó la hora de volver a casa y por primera vez en varios meses la sonrisa que tenía en mi cara no era falsa. Tomamos la autopista, no había sino un solo auto delante de nosotros.

Charco
El auto derrapa
Auto a la derecha, auto a la izquierda, auto a la derecha,… Auto a la derecha, a la derechaaaa.
La cuneta.
El auto da vueltas.
Revivo en esas milésimas de segundo el accidente que yo misma viví.

     ¡Detén el auto!
     ¿Por qué habría de hacerlo?
     ¡Porque alguien podría morir!— “Tal vez lo tuyo sea dar vida de otra forma” recordé.
     ¿Quién se detuvo a ayudarnos a nosotros?
     Nadie, pero nosotros no somos iguales a ellos. Creemos en un Dios y debemos hacer lo correcto — Vi como nuestro auto pasaba por el lado del que acababa de dar vueltas.
     Si, en un Dios que nos abandono, cuando nosotros siempre estuvimos para él. ¿Por qué dar algo que no recibimos?
     ¿Desde cuando exigimos algo a cambio de lo que damos? ¿No hablamos siempre de dar lo que tal vez nunca recibiremos en la vida? ¿Dejarías morir a alguien solo por un accidente? ¿Dejarás de lado todo en lo que crees?¿Y si fuera tu familia?— Era la primera vez que hablábamos del tema y  en ese momento vi en la ventana de sus ojos como finalmente cedía y me daba la razón.
El carro se detuvo y puso marcha atrás, ayudo a la chica a salir del auto, la ayudamos a contactar a sus padres y esperamos a que fueran por ella, él comprendió que ella no debía perder la fe como el lo había hecho, le dijo que ella nunca estaba sola y le regalo la cruz de madera que con ansiedad había cargado en su cuello, como un regalo de la fe que el acaba de redescubrir. Ella nunca supo mi nombre, ni lo que hice por ella, pero por mi esta bien, para mí, la verdadera cara del servicio es el anonimato.

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