Mi nombre es irrelevante en esta
historia, solo me importa que sepan tres cosas: cómo y por qué me sentía así
aquel día y que paso ese día que lo cambio todo.
Desde muy pequeña mi abuela y mis
padres me enseñaron que si estaba a mi alcance ayudar a alguien debía hacerlo.
Comencé con el voluntariado en casa, ayudar a limpiar, a lavar los platos, todo
en lo que mi abuela me necesitara. Fue ella misma quien poco a poco me enseño
que habían mas personas en el mundo que me necesitaban, me enseño a medida que
iba creciendo a desempeñarme en diferentes labores, la costura y la cocina son solo un ejemplo, y me
recalcaba cuando fallaba en algo que nadie sirve para todo pero si todos
servimos para algo.
Por su formación cristiana me enseño
que meditar y ver las cosas desde otro punto de vista es sabiduría, que
diferenciar entre lo bueno y lo malo me ayuda a dar buenos consejos, que había
verdadera fortaleza en superar los obstáculos de la vida, que ver a las
personas con ternura no era lástima, sino piedad, que debía entender la
grandeza de la creación a través de la ciencia, respetar a Dios por temor de él
y ser entendedora de su voluntad.
Mi vida era de servicio, ayudaba a
quien me necesitase, sin que siquiera me lo pidieran, incluso a los desconocidos
en la calle, pero principalmente en la parroquia, fue allí donde descubrí que
podía cantar, me uní al misterio de música, además de ayudar con la limpieza y
en el ropero que funcionaba en la casa parroquial. Y fue en la pastoral juvenil
a mis 23 años que conocí al que hoy es mi esposo.
Después de varios años de noviazgo y
otros más de matrimonio, justo después de habernos mudado de ciudad por
cuestiones de trabajo, finalmente quedamos embarazados, seguíamos ayudando a
los demás hasta donde el embarazo nos lo permitía, y así pasaron los meses,
meses en los que comencé a sentir a nuestro hijo, sus movimientos, su simple
presencia. Pero no todo es bonito en mi historia.
Desperté.
2:00
a.m.
Contracciones.
Mas
fuertes y constantes que las anteriores falsas alarmas.
Lo
desperté.
Tomó
el bolso que teníamos preparado con anticipación.
Bajamos
las escaleras.
Subimos
al carro.
El
trataba de respirar y calmarse mientras manejaba.
Yo
trataba de recordar todo lo que había leído que se suponía me prepararía para
este momento.
Nada
de eso podría haber sido útil.
No
tráfico ni personas en la calle.
Avanzamos
con prisa controlada pero sin pausa.
Y
de la nada… somos embestidos.
Ninguno
de los dos vio al otro auto acercarse.
El
nuestro dio vueltas.
Yo
no tenía el cinturón.
De
manera muy borrosa recuerdo ver a alguien bajar del otro carro, acercarse a
nosotros, correr de vuelta y darse a la fuga.
Luego
pasaron varios autos, ninguno se detuvo.
Ya
no hay bebé, vivo no.
La depresión que sobrevino era enorme,
no podía resistirla, solo ver un bebé en la calle me hacía llorar, ver a mis
sobrinos corriendo por allí aun mas, pero esa era la voluntad de Dios ¿no?, era
mi deber aceptarla, si ese era mi deber, pero simplemente no quería hacerlo,
qué clase de Dios le haría esto a alguien que le ha dedicado toda su vida.
Aunque para mi familia me limitaba a mostrar una sonrisa un poco floja,
hacerles ver que todo estaba bien, de otro modo me creerían loca, como cuando
fui al psicólogo para que me ayudase a sobrellevar la pérdida, solo conseguí
discusiones con mamá, “eso fue lo que Dios quiso y debes entenderlo” fue lo que
me dijo. Ni siquiera quería intentar tener otro, o era muy pronto o simplemente
tenía miedo.
Viajamos a casa de la abuela para
acompañarla durante el séptimo aniversario luctuoso del abuelo, un día un poco
extraño siendo que coincidió con el día del niño. La alegría, gritos y risas de
todos los niños de la familia corriendo a mi alrededor simplemente me hacia
sentir peor, era un sentimiento parecido a la culpa. Pero debía seguir
sonriendo detrás de mis ojeras por el insomnio de los últimos meses.
Llego la hora del almuerzo, adultos en
una mesa, niños en la otra, por comenzar de últimos y comer lento quedamos en
la mesa el esposo de mi tía y yo, quienes me conocen saben que me encanta
hablar, pero durante ese periodo aprendí que mientras mas hablas menos te
preguntan, así que si tienes una conversación trivial es menos probable que te
pregunte por tu vida.
─
¿Has visto la película mi nombre es
khan?
─
No ¿Y tú?
─
Tampoco, pero creo que es hermosa.
─
¿Cómo puedes tu saber eso?
─
Pues he visto los cortes y me han
hablado mucho de ella.
─
¿Y qué piensas de eso?
─
Creo que ese hombre tiene una gran
fortaleza — Envidiable, me permití pensar. El por su lado levanto una mano y
señalo un cuadro que estaba cerca de nosotros.
─
¿Ves ese cuadro? ¿Qué ves en él?
─
Una casa, unos árboles, un lago y la
luna.
─
¿Notaste que las luces de la casa
están encendidas?— ¡No! No lo había hecho, eso me sorprendió — No te concentres
solo en lo obvio, ve mas allá.
La conversación estaba suficientemente
extraña para mi gusto, me levante, lave mi plato y me senté en un sillón de la
sala, pero no seria tan fácil escapar pues el se sentó de inmediato en el
sillón continuo.
─
Yo que quiero hablar y tú que me
convidas.— Solo me dedique a mostrarle una de mis muy entrenadas sonrisas
falsas
─
Dios siempre lleva un paso adelante, y
por eso estoy yo aquí.— Sonreí otra vez, después de todo eso no es algo raro
que se pueda decir en una familia de católicos.
─
Por favor, no reprimas los
sentimientos. — Adiós al plan de la conversación trivial, logró sacarme unas lágrimas,
pero ¿Cómo era posible si yo nunca había demostrado lo que sentía?
─
¿Sabes lo que hago cuando estoy
feliz?— Yo negué.
─
Llorar, eso no tiene nada de malo, si
tienes que llorar hazlo, no tienes porque cohibirte. — Yo aun con lágrimas
asentí.
─
Yo quiero hablar contigo porque creo
en ti, entiendo por lo que pasas y quiero ayudarte, es difícil sobrellevar una
perdida, aun más por la forma en la que ocurrió.
─
Es que seria mas fácil si tuviera
alguien con quien hablarlo, pero todo el mundo simplemente me pide que lo
supere, mi mamá solo me y dice que deje
de llorar y mi papa ni siquiera habla. Se que mi esposo me entiende, pero no
hemos tenido el valor de hablarlo.
─
Debes entenderlos, tu mamá no esta
acostumbrada a ser empática, a tu papá se le hace fácil desapegarse de las
personas pues le toco dejar a su familia a temprana edad, además la crianza de
ambos fue totalmente distinta a la tuya, incluso mas rígida y fría.— Era cierto
pero yo nunca lo había visto así
─
También busque una solución fuera de
la familia, pero mi madre tampoco estuvo de acuerdo con la psicóloga, solo se
molesto por lo que me dijo, cometí un error al pedirle que me acompañara. Pensé
que era una solución, pero solo conseguí más problemas.
─
¿Y era eso motivo suficiente para
dejar de intentar? No sirve de nada buscar culpables, ese no es mi trabajo, y
tal vez las soluciones que buscas no son las correctas, tú no tienes un
problema, solo una situación de vida que Dios te puso porque sabe que
aprenderás de ella. Y… ¿Con tus hermanos como estás?
─
Pues… normal, a veces podemos discutir
y el hecho de que ahora este en otra ciudad a disminuido nuestra relación, pero
estamos bien.
─
¿Qué sientes por ellos?
─
Los amo.
─
No soy yo quien te habla, es Dios a
través de mí, seria soberbio y prepotente quedarme con el crédito cuando son
sus palabras las que salen de mi boca. Pero hay algo que no me estas diciendo.
─
No te he ocultado nada.
─
Acá en tu corazón— me dijo tocándome
en el pecho— hay algo que sientes pero que no me dices.
─
¡Mis hermanos tienen la dicha de tener
a sus hijos y yo no!—la frase salió de mi boca con tan solo abrirla, se sintió
como si pudiera palpar la libertad, la sensación de dejar salir algo que ni siquiera
sabía que tenía guardado.
─
Tal vez lo tuyo sea dar vida de otra
forma, la cuestión esta, aunque parezca trillado, en aceptar las cosas y
aprender de ellas, tus experiencias ahora te hacen comprender y ver cosas que
personas incluso mayores que tu no pueden, y es algo que debes usar en tu
beneficio.
Ese día por fin me sentía completa,
llegó la hora de volver a casa y por primera vez en varios meses la sonrisa que
tenía en mi cara no era falsa. Tomamos la autopista, no había sino un solo auto
delante de nosotros.
Charco
El auto derrapa
Auto a la derecha, auto a la
izquierda, auto a la derecha,… Auto a la derecha, a la derechaaaa.
La cuneta.
El auto da vueltas.
Revivo en esas milésimas de segundo el
accidente que yo misma viví.
─
¡Detén el auto!
─
¿Por qué habría de hacerlo?
─
¡Porque alguien podría morir!— “Tal
vez lo tuyo sea dar vida de otra forma” recordé.
─
¿Quién se detuvo a ayudarnos a
nosotros?
─
Nadie, pero nosotros no somos iguales
a ellos. Creemos en un Dios y debemos hacer lo correcto — Vi como nuestro auto
pasaba por el lado del que acababa de dar vueltas.
─
Si, en un Dios que nos abandono,
cuando nosotros siempre estuvimos para él. ¿Por qué dar algo que no recibimos?
─
¿Desde cuando exigimos algo a cambio
de lo que damos? ¿No hablamos siempre de dar lo que tal vez nunca recibiremos
en la vida? ¿Dejarías morir a alguien solo por un accidente? ¿Dejarás de lado
todo en lo que crees?¿Y si fuera tu familia?— Era la primera vez que hablábamos
del tema y en ese momento vi en la
ventana de sus ojos como finalmente cedía y me daba la razón.
El
carro se detuvo y puso marcha atrás, ayudo a la chica a salir del auto, la
ayudamos a contactar a sus padres y esperamos a que fueran por ella, él
comprendió que ella no debía perder la fe como el lo había hecho, le dijo que
ella nunca estaba sola y le regalo la cruz de madera que con ansiedad había
cargado en su cuello, como un regalo de la fe que el acaba de redescubrir. Ella
nunca supo mi nombre, ni lo que hice por ella, pero por mi esta bien, para mí,
la verdadera cara del servicio es el anonimato.
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